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LA ISLA MÍNIMA CRÍTICA

  • CINEMASCOPE TORTOC
  • 12 feb 2016
  • 2 Min. de lectura

Basta con dar un breve vistazo al tráiler para querer ver la película, bien como un espectador cualquiera que simplemente disfruta los artilugios del cine de suspenso, entre otras en este caso más cercano a lo comercial que al mal llamado cine arte; como también disfrutar viéndola desde la perspectiva del que sabe del hacer cine o el que valora los aspecto de la fotografía, las actuaciones, el ritmo, los planos en general. En este caso particular se puede satisfacer ambos estadios. Juan (Javier Gutiérrez) y Pedro (Raúl Arévalo) son dos policías de homicidios de Madrid, ideológicamente opuestos, que son expedientados y castigados a desplazarse a un remoto y olvidado pueblo de las marismas del Guadalquivir a investigar la desaparición y brutal asesinato de dos chicas adolescentes durante sus fiestas. Juntos, deberán superar sus diferencias y descubrir y enfrentarse a un salvaje asesino que lleva años matando a jóvenes en una comunidad anclada en el pasado donde las mujeres no le importan a nadie. El aspecto más relevante de la película es el lugar donde se desenvuelve la historia, precisamente la isla mínima, que cautelosamente es expuesta en los primeros planos hermosamente detallados en tomas aéreas y que a través del conjunto de ritmo, dirección, actuación y especialmente fotografía hacen de la pieza un homenaje visual. Ubicados en la época Franquista, con referencias claras visuales a true detective, el guion y es de hacer valer no deja espacios para margen de error, cada cosa utilizada en escena hace parte importante de la narración. Con todo y esto la crítica de muchos espectadores es pésima frente al desarrollo de la historia, para mi es una película conceptualizada, pensada estéticamente, con un diseño sonoro impecable que agarra las entrañas, con escenas donde la lluvia es como un canto , los animales te generan ruido, los sonidos estremecen y la atmosfera te cautiva. El director alcanza su madurez estilística de un modo deslumbrante y contundente, incluso la reescritura en clave religiosa del sentimiento del personaje encuentra una variable más perversa e inquietante que en su anterior film. De nuevo, saca de dos carácteres distintos, que aprenden el uno del otro, dos interpretaciones, aún más recordables. Javier Gutiérrez, en el papel de un policía del franquismo, y Raúl Arévalo, en el de un progresista, están , expresivos.: la espontaneidad del primero es inquietante, el rostro en apariencia serio del segundo esconde fracturas. Y luego está la lectura política, esta es una película que pone en cuestión muchas cosas. Termina con una pregunta retórica ¿todo en orden? Con la rabia del olvido. Con unas fotografías que decidimos ignorar. Con la conciencia de que lo que parecía un caso, un misterio por resolver o una salvación ética, era, no más, la historia de una corrupción y del triunfo de unos intereses.

Climática, medida, pensada, una pieza que vale la pena ver.


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